Nuestro hermano Francisco Gordillo León ha regalado una
preciosa imagen de Santa Rita de Casia para que reciba culto en nuestra
capilla. Todos los días 22 se expondrá de forma especial al culto para implorar
su mediación en casos difíciles y desesperados.
Santa Rita nació en 1381 en Italia. Su casa natal quedaba
cerca del pueblito de Casia, a 40 millas de Asís, en la Umbría, región del
centro italiano. Aquella época era de guerras, terremotos, conquistas,
invasiones, rebeliones y corrupción.
Sus devotos padres, Antonio Mancini
y Amata Ferri, eran analfabetos y conocidos como los “pacificadores de
Jesucristo” porque los llamaban para que apacigüen las peleas entre vecinos.
Ellos le enseñaron a Rita todo sobre el Señor, la Virgen y los santos más
conocidos. Santa Rita nunca fue a la escuela, pero Dios le concedió la gracia
de leer milagrosamente. Quiso ser religiosa toda su vida, pero sus padres, ya
en edad avanzada, le escogieron un esposo, Paolo Ferdinando, y ella aceptó en
obediencia.
Su esposo demostró ser un bebedor,
mujeriego y maltratador, pero Santa Rita se mantuvo fiel y en oración. Tuvieron
dos gemelos que sacaron el mismo temperamento del papá. Tras 20 años de
casados, el esposo se convirtió, Rita lo perdonó y juntos se acercaron más a la
vida de fe. Antes de su conversión, el esposo tenía malas juntas. Una noche, él
no llegó a casa y Santa Rita sabía que algo había pasado. Al día siguiente fue
encontrado asesinado.
Los hijos juraron vengar la muerte de su padre y la pena de
Santa Rita aumentó más. Ni sus súplicas los hacían desistir. La afligida mamá
rogó al Señor que salvara las almas de sus hijos y que tomara sus vidas antes
de que se condenaran por la eternidad con un pecado mortal. Ambos contrajeron
una terrible enfermedad y antes de morir perdonaron a los asesinos. Más
adelante, la Santa quiso ingresar con las hermanas agustinas, pero no se la
hicieron fácil porque no querían una mujer que había estado casada y por la
sombría muerte de su esposo. Ella se puso en oración y cierta noche se produjo
un milagro.
Mientras dormía oyó que la llamaban tres veces por su
nombre. Abrió la puerta y se encontró con San Agustín, San Nicolás de Tolentino
y San Juan el Bautista, de quien ella era muy devota. Ellos le piden que los
siga y después de recorrer las calles de Roccaporena, en el pico del Scoglio,
donde ella acostumbraba orar, sintió que la elevaban en el aire y la empujaban
suavemente hacia Casia. Después se encontró arriba del Monasterio de Santa
María Magdalena, allí cayó en éxtasis y cuando volvió en sí estaba dentro del
Monasterio. Las monjas agustinas ya no pudieron negarle más el ingresar a la
comunidad.
Hizo su profesión religiosa ese mismo año (1417) y allí
vivió 40 años de consagración. Fue puesta a prueba con duras pruebas por las superioras.
Como obediencia le ordenaron regar todos los días una planta muerta. La planta
llegó a ser una vid floreciente que dio uvas que sirvieron para el vino
sacramental. En la cuaresma de 1443, fue a Casia un predicador que habló sobre
la Pasión del Señor. La reflexión tocó mucho a Santa Rita y a su retorno al
monasterio pidió al Señor participar de sus sufrimientos en la cruz. Recibió
estigmas y las marcas de la corona de espinas en la cabeza. A diferencia de
otros santos con este don, las llagas en ella olían a podrido y tuvo que vivir
alejada de sus hermanas y la gente por muchos años.
Cuando quiso ir a Roma por el primer Año Santo, Jesús le
quitó la estigma que tenía en su cabeza mientras duró la peregrinación. Al
regresar a casa, volvió a aparecer la estigma y tuvo que aislarse nuevamente. Los
últimos años de su vida sufrió una grave y dolorosa enfermedad que la tuvo
inmóvil sobre su cama de paja por cuatro años. En este tiempo le mostraron una
rosas que brotaron prodigiosamente en su huertecito de Roccaporena y en pleno
frío invernal. Ella aceptó sonriente este signo como don de Dios.
Partió a la Casa del Padre en 1457. La herida de espina en
su frente desapareció y en su lugar apareció una mancha roja como un rubí, que
tenía deliciosa fragancia. Fue velada en la Iglesia por la gran cantidad de
gente que fue a rendirle honores. Nunca la enterraron, su ataúd de madera fue
reemplazado por uno de cristal y su cuerpo permanece incorrupto. El Papa León
XIII la canonizó en 1900.
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